La mariposa sin alas

Cuento para leer: La mariposa sin alas

La mariposa sin alas…
Había una vez, en un bosque lleno de árboles altos y flores de mil colores, una pequeña oruga llamada Lila. Lila siempre miraba con asombro a las mariposas que volaban de flor en flor. Cada día las observaba y soñaba con el momento en el que ella también podría desplegar sus alas hermosas y volar tan alto como ellas.

A diferencia de las demás orugas, Lila era una soñadora. Mientras sus amigas se ocupaban de buscar las hojas más tiernas para comer, ella pensaba en el día en que se convertiría en una mariposa.

«Seré una mariposa única», se decía, imaginando que tendría alas de los colores más brillantes y una elegancia que nadie podría igualar.

Un día, Lila sintió que era el momento de iniciar su transformación. Encontró un lugar seguro en una rama alta y comenzó a tejer su crisálida. Fue un proceso largo y laborioso, pero Lila no se desanimó. Trabajaba sabiendo que, al final, su sueño se haría realidad.

Pasaron varios días, y finalmente llegó el momento de salir. Lila rompió la crisálida y se liberó. Pero, para su sorpresa, al mirar a su alrededor notó algo que la llenó de tristeza y desconcierto: no tenía alas. Sus pequeñas patitas y cuerpo de oruga seguían allí, pero no había ni rastro de las hermosas alas que había imaginado.

Lila, desolada, trató de estirarse, de hacer algo para que sus alas aparecieran, pero nada sucedió. Pensó en todas las mariposas que había admirado y cómo ellas podían explorar el mundo, ver los campos, los ríos y todo el bosque desde arriba. Pero ella, sin alas, no podía volar. En ese momento, una profunda tristeza llenó su pequeño corazón.

Pasaron los días, y aunque Lila intentaba aceptar su situación, no podía evitar sentirse diferente y triste al ver a sus amigas mariposas volando libremente por el bosque. A veces se sentaba en una hoja y miraba cómo las demás jugaban en el aire, riendo y disfrutando del sol y del viento.

Una tarde, una anciana mariposa llamada Maya se posó junto a ella. Maya era conocida por su sabiduría y por haber viajado por lugares muy lejanos. Al ver a Lila, se dio cuenta de su tristeza y le preguntó con dulzura:

«¿Por qué estás aquí tan sola, pequeña? ¿Por qué no juegas con las demás?»

Lila suspiró y le contó toda su historia.

«Soñaba con volar, con tener alas hermosas como las tuyas. Pero nací sin ellas. Soy una mariposa sin alas. No puedo volar y siento que mi vida nunca será como la imaginé».

Maya la escuchó con atención y, con una sonrisa suave, le respondió:

«Querida Lila, a veces los sueños que tenemos no se cumplen de la manera que esperamos. Pero eso no significa que no puedas encontrar la felicidad. Las alas no lo son todo».

Lila la miró con curiosidad, sin entender del todo. Maya continuó:

«Existen cosas que solo tú, con tus patitas en la tierra, puedes descubrir. Hay bellezas escondidas en cada rincón del bosque que las demás mariposas no ven porque están volando muy alto. Tú puedes explorar cada hoja, cada flor, y conocer secretos que nadie más conoce».

Lila pensó en las palabras de Maya y decidió intentar ver el bosque de otra manera. Comenzó a caminar y, con cada paso, descubría un nuevo mundo. Vio insectos pequeños que vivían bajo las hojas, raíces que se entrelazaban bajo la tierra y flores diminutas que las mariposas nunca alcanzaban a ver desde el aire. Con cada descubrimiento, su tristeza comenzó a desvanecerse, reemplazada por la emoción de explorar.

Pronto, Lila se dio cuenta de que había encontrado una forma de ser feliz a su manera. Sus días ya no se llenaban de envidia ni tristeza, sino de aventuras y sorpresas. Las demás mariposas, al ver su entusiasmo, comenzaron a seguirla y le pedían que les contara sobre todos los tesoros escondidos que encontraba.

Fue así que Lila se convirtió en una mariposa especial. Aunque no podía volar, conocía el bosque como nadie más. Se convirtió en la guía de sus amigas, enseñándoles los secretos que solo ella había descubierto.

Con el tiempo, Lila entendió que no era menos por no tener alas. En su corazón llevaba el espíritu de una verdadera mariposa, con o sin alas. Y aprendió que, a veces, el verdadero valor está en aceptar nuestras diferencias y en encontrar la belleza en lo que somos.


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